viernes, 7 de octubre de 2016

ACANTILADO

Que me mate el mar antes que el sistema.

Nelda Piña y la BOA



Este es un poema sobre la zozobra,
sin talega,
sus latidos escarpa.
¿La cicatriz se adapta o la rechaza tu albor?

Repaso una estela para no olvidar
el olor del lucero,
el señuelo de la serranía,
esa hondura por la que los redobles
anuncian la cartografía del miedo
o de una enemistad.

Decantamos lo que no se pronuncia 
pero existe
sabemos que ocurrirá
como el eco,
como un crimen.

Si aún eres terso como el bisonte
platícale al meteoro
 
por cuál fractura pasa su luz.
¿Cuál es tu roca?
En esa greca transcribo mi piedra.

Tras la cueva nos preguntamos
“¿por qué no eres como yo?”,
pero el dolor es indiferente,
caminamos a una casa vacía.

En la corteza del cielo
se reescriben los quebrantos,
toda insana palabra del derroche
toda mezquindad de quien teme al amanecer,
todo prejuicio en campo traviesa.

Para golpear la arena
tam
 tam
hace falta el arrullo de la caracola,
el amuleto de las pequeñas cosas.

Siempre he querido escribir sobre el amor
pero entre mi cielo y la tierra
mi hechizo nunca es rezo,
y un buda es detonado
y parto al otoño
en un tren de latón.

De día y de noche el petricor
se refugia en mi corazón,
raíz del leño
para hablar con el tocón.

“La gente muere para probar que vivió” [Guimarães],
sí, 

para soñar 
con el cauce de un canto,
encontrar el
 santelmo en sus ojos,
abrazar el hallazgo en un resplandor de besos.





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