Ataviada con un azul
grisáceo, la bonaerense Juana Molina nos confiesa vivir casi dentro de una
burbuja, alejada del flujo informativo o los compases del caos citadino, y
aunque prefiere rodearse por la naturaleza y sus sonidos, las giras la
devuelven al devenir, a través de la interacción con los públicos que su
trabajo ha conquistado, a largo de sus edades
contadas.
A pesar de
su aparente timidez, conoce los escenarios al derecho y al revés; se planta en
el centro de la tarima, de negro y con el cabello largo y naturalmente
despeinado, con cierto semblante de rara,
porque no es la representación típica de una mujer en escena; se asume como músico, antes que un gancho estereotípico de
la industria discográfica. Quienes hemos asistido a sus conciertos sabemos que
será un momento de escucha y baile, irrepetible como bucle infinito.
Revela que
trabaja en solitario, como viene haciéndolo desde 1995, alejada de los
reflectores y las facciones generacionales:
… siempre me sentí muy ajena a los movimientos, no
soy amiga de ninguno de los músicos, nunca pertenecí a los movimientos; lo mío
es muy aparte, de ermitaña, de hacer las cosas como a mí me parece, ni sé lo
que es un movimiento… Al final, mi atracción hacia un músico o su música es
hacia la persona, no sé si pertenece a un movimiento.
Al escuchar por primera vez a Juana, a bote pronto pensé en
que su tesitura juvenil, a veces aniñada, coincidiría con su edad; fue una
sorpresa encontrarme frente al universo de una mujer que conversa con la
tranquilidad e introspección de quien se ha replanteado los caminos. Su instinto animal suena al noroeste
argentino, a tonadas y bagualas, a comparsas de sintetizadores y cajas de
ritmos, y es que “uno termina siendo lo que lo nutrió de chico”:
… mis padres escuchaban música de muchos lugares, y había un
disco que era música del norte argentino, de Leda Valladares, que a mí me
gustaba muchísimo y después había canciones de María Elena Walsh, con letra de
Leda Valladares (que también tomaba cosas del norte)… y siempre me
gustó mucho la música uruguaya [recordemos su “Misterio uruguayo”], son cosas que uno no sabe muy bien qué es
lo que toma, y le resuenan, como que son parte de uno.
Cuando Juana canta, su voz parece rememorar un viaje sonoro a la infancia. De niña y adolescente, vivió el exilio, al lado de su hermana Inés y sus padres, Chunchuna Villafañe y Horacio Molina, con quien desde muy pequeña grabó música.
La escisión del origen es un tema recurrente en la
poética de Juana, establecidos desde la ironía onírica de aquello que nunca es y siempre se explora; desde esta
perspectiva, podemos escuchar “Insensible”, una canción en francés, tan amorosa
como política, igual que su disco Tres cosas,
en el que cuestiona el progreso, los adioses y las imposturas del pensamiento: Sálvese quien pueda. Sin embargo,
prefiere no manifestarse sobre políticas globales: “no es lo mío y quedo como
una tonta”, dice.
A sugerencia de un amigo, cuenta que sus
exploraciones pueden interiorizarse como “candombe japonés”, porque la música
japonesa básica está emparentada con la música andina al ser una música
pentatónica —como la de las escalas empleadas durante la meditación—, y ella
tiene mucho de lo pentatónico, pero no es una búsqueda consciente o
predeterminada, nos comenta, sino azarosa. Que sus discos comenzaran a sonar
por primera vez en Japón, incluso antes que en Sudamérica, fue también una
casualidad:
… fue una brecha que se abrió y justo calzó un pie
y dijo acá, acá echo raíces; ahí entendí que al haber escuchado tanta música en
otros idiomas y música instrumental hace que yo esté mucho más conectada con la
música que con las letras, y quizá eso es lo que finalmente se transmite.
Como en “Un día”, que podría escucharse como una
baguala electrónica, le interesa centrarse en la atención sobre las emociones y
los pensamientos, en la respiración e imaginación que la música genera: la
música sin letras:
En lo mío, las letras siempre aparecen al final. Inclusive
tengo todo el disco armado, las secuencias… y me faltan letras. Para mí, mi
verdadera misión ya está cumplida, pero hay un protocolo que me dice que no,
que tengo que escribir una letra. Entonces, me pongo a trabajar en la letra,
pero ya es otro proceso, posterior y casi te diría ajeno al disco en sí. Y la
gente recibe la intensión original, que es la de la música. Nunca sabré con
certeza si es así, pero lo creo.
Algo
curioso le sucedió con la escritura de “Ay, no se ofendan”, que grabó sin letra
y con el paso de las presentaciones le incorporó palabras, a partir de imágenes
mitológicas de Ulises y barcos en el mar —el Mediterráneo, presiente— que asoció
con la armonía; en vivo, cobra otro sentido. Aunque el protagonismo de la
música de Juana Molina son sus melodías y la extensión de sus tesituras, sin esbozar
un estudio de género —ay, no te ofendas,
Juana—, hay una lectura testimonial (Rara
es su disco más autobiográfico) y portentosa en su selección de palabras y
frases; obvia porque cada autor despliega tramas de su inconsciente, y al final
están en Juana todas las edades en
las que prima la autodeterminación de un ser
mujer; sin dudar, sin demora.
No le gusta
usar un lenguaje pretencioso y trata de que pase inadvertido, que no perturbe
la música ni desubique:
… me molesta cuando sobresalen las palabras en la música,
trato de que todo sea, muy humildemente, la letra diciendo “disfrácenme de
melodía”; trato de mantener un equilibrio musical entre la fonética y el
significado.
A veces,
prefiere callar, otras balbucear —como en el origen del lenguaje—, con el sonido del mundo y los sintetizadores del “Bicho auto”, en los que el Wed 21 suena como el zumbido del mosquito de la malaria, ferocísimo y alegre.
Sobre
el título de Wed 21, su sexto disco en solitario, publicado
en 2013 por la disquera belga Crammed Discs, Juana lo escogió —a sugerencia de
su hija— porque todos los nombres que llegó a pensar eran demasiado
melancólicos, y sin duda su fonética intriga (no se quiebren la cabeza, no
quiere decir nada) y se relaciona con su personalidad; la ironía es fundamental
en la vida de esta compositora e intérprete, desde luego, y aunque el sentido
del humor en su música es menos evidente, es importantísimo:
… hay
sonidos que directamente son cómicos, que ya me causan gracia; hay cosas que
programo con intensión, otras que descubro, que no me esperaba y las dejo así.
La época de Juana y sus
hermanas —programa de sketches
cómicos que condujo junto a Inés, de 1988 a 1994— fue emblemática para su
carrera. Cuenta que la motivación para salir a cuadro siempre fue la música,
tan así que en la última etapa del show incluyó la participación de músicos,
con quienes llegó a grabar, como con la legendaria banda La Portuaria, en 1993.
Desde aquella edad, Juana nos incita
a bailar, hasta salir del cuerpo.
La
soltura creativa es su nódulo. Cuando joven dejó el conservatorio, leer música
siempre fue difícil y eso llegó a causarle rencillas con sus necios músicos,
algunos muy académicos, otros más cadenciosos. Así conoció en 1995 al bajista
Mariano Domínguez, quien tocó con una ella hasta que Andrés Calamaro le ofreció
el oro y el moro; gracias a él conoció a su actual baterista, Diego López de
Arcaute, pero en el momento no hubo química, era muy chiquito en ese momento.
Luego un ingeniero de sonido le presentó a Odín Schwartz, bajista
—irresistible, en palabras de Juana—, con quien resolvió que todos los bajos
del Wed 21 se tocaran con
sintetizadores, pero se dieron cuenta de que requerían más músicos:
…
a último momento nos dimos cuenta que necesitamos a una persona más; me la
pasaba haciendo cosas y no podía interpretar, ahí, apurada invité a Diego, que
ya había crecido… Ellos son mis pollitos; parecen más jóvenes de lo que son, y
a veces me preguntan “¿sus hijos viajan con usted?” Eh, sí no podrían ser mis
hijos… [Ríe] Nos divertimos, ya desarrollamos un código…
No
puedes estar con alguien que no soportás; son esas cosas que pasan con la gente
que se ve todo el tiempo y se llevan bien, y cuando las cosas no van bien,
hacemos una reunión y es increíble.
Siempre
emocionan los ticks y la sonrisa que
delatan el gozo de los músicos en un show y se percibe que Diego y Odín, los pollitos, se divierten, aunque a veces
olviden silenciar su celular y la novia les llame cuando están por tocar y
Juana los regañe frente a todos. En el proceso de montaje de la música de Juana
—grabada y en vivo—, Odín ha sido trascendental en los últimos años, se nota su
meticulosidad, pero en la fórmula, Dieguito, como le dicen de cariño, imprime
la fuerza animal que se une al estudio de Odín y al instinto de Juana… Esas tres cosas que forman el escudo de armas
de Juana Molina.
Somos
memoria, y en ella están todas las edades.
El tiempo nos lleva a preguntarnos y querer entender qué y quiénes somos, pero
Juana propone, luego de soltar un “basta de querer encontrarle sentido a todo”,
que la vida también es girar entre contradicción y risa, ser otra distinta.
Zazil Collins
Radio DJ | Escritora
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