jueves, 18 de febrero de 2016

Steinbeck y su viaje por la península de Baja California Sur *

Como el triste corrido de los cachanías sudcalifornianos versa, “Adiós, adiós, me voy de aquí muy lejos,/ voy a buscar consuelo a mi amargura./ Adiós, me voy cargado de tristezas,/ llevándome mil penas, buscando otra aventura.”[1], John Steinbeck se alistó en compañía de su amigo Ed Ricketts y una pequeña tripulación por las aguas del Golfo de California, probablemente sin tantas penas, aunque en temporada de depresión y guerra.
Steinbeck nació en 1902 en Monterey Country, California, estado que fue el principal escenario de sus obras, como Tortilla Flat (1935) o la reconocida Uvas de la ira (1939). Durante algún tiempo, estudió biología marina en Stanford, por lo que se entiende su estrecha amistad con Ricketts y el interés por vincular su oficio como escritor con la naturaleza y la filosofía que de dicha relación deriva.
Sortear las aguas del mar de Cortés inspiró a Steinbeck para escribir The log from the sea of Cortez (Por el mar de Cortés), un diario de viaje construido a la luz de los recuerdos —fue publicado en 1951—, notas tomadas durante la empresa y un listado taxonómico que recabara, principalmente, Ricketts y que, años más tarde, el mundo universitario reconoció, al nombrar a tres tipos de anémonas de mar como Palythoa rickettsii, Isometridium rickettsi y Phialoba steinbecki.
Dejando atrás el dato wikipediano, el trabajo de recolección de Steinbeck y Ricketts desembocó en una prosa que destila mar y que, incluso, fue el motor de otra de las novelas desgarradoras del Nobel, La perla (1947), contextualizada en La Paz, Baja California Sur, y retrato, casi fiel, de la pobreza y discriminación vivida por los indígenas que se dedicaban a la extracción de la perla. Claro que también los mitos y leyendas de la localidad se traslucen en dicha obra, llevada al cine por Emilio Fernández, poco después de publicada.
Por el mar de Cortés narra seis semanas de viaje —aproximadamente 4,000 millas recorridas en 1940—, a bordo de la embarcación Western Flyer, el sardinero que fungió como el mirador de Steinbeck. Como toda bitácora, describe usos y costumbres, los saludos acondicionados, el trato de la gente, sus oficios navegantes, y retoma un poco de la historia regional, como el origen y significado de la voz “California”. A lo largo de las páginas, el mar se retrata como una metáfora de la vida, pues poseemos océanos personales, con abismos, manchas, mareas altas y bajas que nos mecen en goces, listos para descubrir, silencios que sortear, vidas que mimetizar o devorar; además, “el que ha nacido junto al océano, no puede sentirse feliz si está lejos de él durante mucho tiempo”.
En medio y a las orillas de los páramos, el mar de Cortés y sus playas negras, la tibieza del agua y las salinas, se abren a la reflexión, en un tono confidencial, como el de toda literatura de viaje, desde Marco Polo, Darwin, los misioneros jesuitas, hasta Stevenson, Salgari o Defoe. Los aventureros forjan historia.
En Por el mar de Cortés, la noción del tiempo contrasta entre los occidentales, encarnados por la tripulación del Western Flyer, y los pescadores indígenas, siempre tristes para Steinbeck, en medio de un panorama melancólico y espectral. Más interesante hubiera sido la visión del autor, de haberse adentrado en las rancherías fantasmas del desierto sudcaliforniano, en los bordes de los oasis o en las cumbres de acantilados con panorámicas a cuevas habitadas por ratones rupestres, cazadores gigantes o resquicios de calcio animal.
En la cubierta, la lectura nos lleva a preguntarnos por la conservación de las especies, esa interminable lucha en la que estamos metidos, sin haberlo querido, pero sí elegido. A la luz del análisis, nuestras vidas quisieran semejarse a los bríos que sigue un morador en el ano de un pepino de mar: entrar y salir; las más veces, permanecer dentro, pálidos, pero protegidos, a veces acompañados, sin tener que marchar, a diario, con el pretexto de buscar un sustento y nunca más volver a casa: la condena del hombre, pues —escribe Steinbeck— “es el único animal que vive fuera de sí mismo, cuyo estímulo son las cosas externas… propiedades, casas, dinero, ambición de poder”.
La reproducción de los viajes de los escritores constituye una potencial materia de estudio para los morbosos, ya sea a través de Google Earth (donde pueden visitarse las referencias geográficas de la obra de Shakespeare) o empuñando mapas y trazando las rutas que nuestros admirados siguieron, al igual que aquellos conquistadores emprendieran con el éxtasis de la fiebre del oro, ávidos de historias de caballerías. Por ejemplo, del viaje de Antonin Artaud a la sierra Tarahumara se han lanzado expediciones, documentos conmemorativos, eventos como la “semana Artaud” y cuasi paquetes de turismo eco-cultural; los paisajes que atrajeron a Rulfo, el andar del Cid o el Quijote son otros trayectos, pero el viaje de Steinbeck corre con una suerte más cientificista.
Un impulso de interés biológico entre el Instituto Nacional de Ecología y la Hopkins Marine Station de Stanford desarrolló el “Proyecto de Expedición y Educación del Mar de Cortés”, para “monitorear la fauna de invertebrados en las mismas localidades intermareales” que Ricketts y Steinbeck estudiaron. Dicho proyecto pretende rastrear el camino de los calamares gigantes, así como recolectar especies para el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, en La Paz. Los puertos de salida y alojamiento son casi los mismos que los que visitó el Western Flyer, de Monterey a San Diego, Bahía Tortugas, Cabo San Lucas y Cabo Pulmo, la isla del Espíritu Santo, La Paz y su mogote, Puerto Escondido, Loreto, Bahía Concepción, Santa Rosalía, Guaymas, entre otros.
Por el mar de Cortés puede tomarse al pie de la letra, ya que si algo continúa generando magia (de añoranza) en la península es que, hoy en día, muchos puertos y muelles conservan la silueta, a pesar de las aguas dragadas, la inserción de consorcios de inmobiliarias extranjeras y la desproporcionada compra-venta de terrenos federales. El volumen puede atenderse como un manual de sugerencias e incluso la voz de la conciencia, dentro de un paraíso en medio del desierto.
Durante la travesía, tanto las miradas de los pobladores (“Sus ojos oscuros tienen unas curiosas lucecitas rojas en las pupilas. Son una gente soñadora.”), como de Steinbeck y Ricketts, se antojan igual de traslúcidas que las de los ojos perdidos de Henry Ford, en busca de la tierra prometida californiana, en el filme The grapes of wrath, cuyo guión, desde luego escrito por Steinbeck, fue nominado a un Oscar en 1940.
El instinto de supervivencia (de “los de abajo”) es el drama de los hombres al defender sus tierras de ser aplastadas por extraños que no han echado raíces ni querencias, y es un tema que Steinbeck supo comprender —léase como hipótesis—, gracias a su espíritu medita-errabundo que también le impulsó a desempeñarse como corresponsal del New York Herald Tribune, durante la Segunda Guerra Mundial. Como escritor, Steinbeck toca las fibras de la coexistencia, a través del diálogo y la observación humana; Por el mar de Cortés es una de las mejores pruebas, al ser un libro de amistad, de un autor que bien puede ser recordado los 27 de febrero, el “día Steinbeck”.

Zazil Collins




[1] “Playas negras”, compuesto por José Guadalupe Mendoza.


* Publicado en la revista Metapolítica, v. 13, n. 64, marzo-abril de 2009

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